La relacion entre la ley, la gracia, las obras y la fe.
Existe gran confución en cómo se relaciona la ley, la gracia, las obras y la fe. Descubra aquí como la Biblia habla de estos asuntos
Existe una equivocación de creer que lo contrario de la «ley» es la «gracia». Por esa razón se oye decir en muchos cristianos, la expresión muy famosa, que «no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia». Sin embargo, este término es manejado en la Escritura -especialmente en las epístolas paulinas-, pero no en el sentido en que el cristiano moderno la aplica. La Sagrada Escritura nos muestra que lo contrario de la «ley» no es la «gracia», sino la «fe». En rigor los dos términos se distinguen, y aunque existe una relación estrecha, sus acepciones son diferentes, dependiendo de qué ángulo nos posicionemos para su interpretación.
Por ejemplo, yo puedo practicar ciertas exigencias que la ley demanda, pero no por eso caigo de la gracia; sin embargo, puedo caer de la gracia al practicar algunas estipulaciones formuladas en la ley. Por eso digo que depende del intérprete la posición que tome frente a estos textos. Pero cómo soluciona el apóstol Pablo este dilema. El apóstol la soluciona introduciendo el elemento: «fe». Veamos, pues, como maneja Pablo esta cuestión.
En el capítulo 10, versículo 5 y 6 de Romanos, Pablo deja en claro esta diferencia. Él lo dice así: «Porque de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas vivirá por ellas». Comentemos, primero, este versículo. El apóstol está tratando acá de la justicia legal naturalmente obtenida por medio de las ordenanzas de la ley. Pero tal propósito era imposible de alcanzarse. Pablo pone de ejemplo a Israel, aquellos que venían luchando por obtenerla, pero sin aceptar lo que Dios ya había hecho por ellos. Por eso, en el versículo 3, él dice: «Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios». Cuando el hombre busca justificarse a través de las obras de la ley, es cuando él cae de la gracia. Porque «por las obras de la ley nadie será justificado» (Gl. 2.16b) delante de Dios. Preguntémonos ¿por qué? Porque a la «ley» le hace falta el elemento «fe», es decir, que «la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas» (Gl. 3.12; Lv. 18.5). En otras palabras, el hombre vivía a medida que iba obrando sometiéndose a las rigurosas demandas que pedía la ley. Pablo siempre pone de ejemplo a Israel que «iban tras una ley de justicia pero no la alcanzó», él se pregunta « ¿por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley...» (Ro. 9.31). La ley tenía su propia justicia formulada en esta sentencia: «El hombre que haga estas cosas vivirá por ellas».
Por el contrario, aparte de la ley existe otra justicia, y esta justicia no es de «ley», sino de «fe». Pablo lo dice de esta manera: «Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas», y esta justicia llega al hombre «por medio de la fe en Jesucristo» (Ro. 3.21, 22). Esta nueva justicia tiene también su propia fórmula, y dice así: «Pero la justicia procedente de la fe habla así: «No digas en tu corazón. ¿Quién subirá al cielo?»(Dt 30,12), es decir, para hacer descender a Cristo; O « ¿Quién bajará al abismo?» (Sal 107.26), es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos. ¿Qué dice, pues? «La palabra está cerca de ti, en tus labios y en tu corazón» (Dt 30,14), es decir, la palabra de la fe que proclamamos. Porque, si confiesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues creerlo con el corazón conduce a justicia, y confesarlo con los labios conduce a salvación».[1] Esta justicia es tan clara y tan comprensible como era la orden dada por Dios por medio de Moisés en el desierto. No era necesario que alguien ascendiera al cielo para traer a Cristo desde arriba, ni descendiera al abismo, para hacerle subir de entre los muertos. Es decir, que solamente necesitamos el elemento «fe» para creer lo que Cristo hizo por nosotros. Sin Cristo, el hombre no podrá alcanzar esa justicia, «porque por la justicia de uno [de Cristo] vino a todos los hombres la justificación de vida» (Ro. 5.18b). (Énfasis agregado).
Jesucristo es el siguiente elemento que llamamos «gracia». Gracia significa 'don', 'regalo', 'amor', 'bondad', 'compasión', 'misericordia'. Así, pues, gracia significa: «misericordia inmerecida, favor de lo que nosotros no somos dignos».
Hasta aquí hemos dicho que lo contrario de la «ley» es la «fe», y no la «gracia». Por el contrario, la antítesis de la «gracia» son las «obras». Tomo el sentido de la palabra «obras» en su acepción más amplia, debido a que muchos tienen la idea de creer que haciendo buenas obras serán aceptados por Dios. Cuando uno tiene la idea de querer justificarse a través de las buenas obras, desprecia el regalo, la misericordia que Dios nos ha proporcionado, y actuando así, la justicia no puede ser un regalo, sino una recompensa por nuestro trabajo. Eso quiso decir el apóstol Pablo cuando dice: «Ahora bien, al que trabaja, el salario no se le cuenta como favor, sino como deuda; mas al que no trabaja, pero cree en aquel que justifica al impío, su fe se le cuenta por justicia.»[2]
Las «obras», como dijimos, es la antítesis de la «gracia», pero sólo en el sentido cuando alguien busca justificarse a través de ella, y no a través de Jesucristo. Por el contrario, cuando alguien acepta la gracia de Dios, las obras seguirán, o serán parte de un creyente ya justificado en Jesucristo. Es este el argumento al que Santiago se refiere en su carta cuando dice «que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe», por eso concluye con estos términos: «porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (Stg. 2.24b, 26). Por esa razón hemos dicho, más arriba, que alguien puede estar practicando obras que la ley demanda, sin caer de la gracia; pero, por el contrario, si alguien busca justificarse por medio de las obras, el hombre cae de la gracia. Pablo deja muy en claro esto al decir: «De Cristo os habéis separado, vosotros que procuráis ser justificados por la ley; de la gracia habéis caído».[3] Ahora observe el siguiente versículo donde encontramos el elemento «fe»: «Pues nosotros por el Espíritu aguardamos por la fe la esperanza de la justicia» (v. 5). A esto, Pablo se pregunta « ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley» (Ro. 3.27, 28). Si nos preguntamos, ¿porqué por la fe?, Pablo responde: «Es por fe para que sea por gracia» (Ro. 4.16a), es decir, para que sea como un regalo y no como recompensa.
Observe que la fe hace que recibamos la gracia de Dios, es decir, la misericordia de la cual no somos dignos. Sin la fe es imposible comprender la gracia de Dios. Ese era el problema que estaba surgiendo en la iglesia de galacia.
Al estudiar las cartas paulinas debemos de ser cautos en su escrutinio para no confundir algunos términos que se utilizan para describir nuevos significados. Si usted es un lector serio de las Escrituras observará que los términos, antes visto, se armonizan tanto que a veces es difícil encontrar ciertas discrepancias. Cuando esto sucede, es probable que terminemos diciendo algo de lo que Pablo nunca quiso decir. Por ejemplo, el apóstol utiliza la palabra «gracia» relacionada más al pecado que a la «ley». Preguntémonos ¿por qué? Bueno, Pablo lo utiliza en su teología más con respecto al pecado, porque el hombre en su afán de su salvación, cree más factible que Dios lo puede aceptar haciendo obras, que del simple hecho de sólo creer en la obra redentora de Jesucristo. Por eso Pablo enfatiza la gracia en favor de la salvación del hombre, y no como se cree hoy en día cuando se afirma que «no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia». Aunque estos términos se encuentran en las cartas paulinas, «ley» y «gracia» son utilizadas más cuando el hombre va en busca de una salvación por obras.
Por el contrario, cuando Pablo utiliza el término «ley» siempre la asocia a la «fe». Y esto también con respecto a la salvación. Todo gira o converge a la salvación del hombre. Por ejemplo, Pablo nunca utilizó una expresión así: « ¿Por la gracia invalidamos la ley?», sino que él lo dice de esta manera: « ¿Luego por la fe invalidamos ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley» (Ro. 3.31) En cuanto a la palabra «gracia» asociada al pecado y, por lo tanto, a las «obras», él utiliza esta expresión: « ¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera...» (Ro. 6.1, 2a). O « ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera» (Ro. 6.15). Observe que el último argumento que Pablo expone, es utilizado por que algunos estaban comprendiendo mal su mensaje. Algunos pensaban que el apóstol estaba proclamando un evangelio liberal, pensaban que con su predicación estaba fomentando más el pecado. Por eso Pablo dice que «algunos... afirman que nosotros decimos: hagamos males para que vengan bienes» (Ro. 3.8). Lo cual no es cierto. Por el contrario, Pablo dice que «no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados» (Ro. 2.13). Pareciera que Pablo, algunos veces, estuviera contrariando su mismo mensaje, pero no es así. Cuando nosotros nos ubicamos perfectamente en la óptica de Pablo, encontraremos armonización, no contradicción.
Observemos más afondo la expresión «gracia», y analicemos meticulosamente en qué sentido la utiliza el apóstol. Por ejemplo, Pablo dice: «No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo» (Gl. 2.21). Note que el apóstol enfatiza aquí a la persona de Cristo, más a su sacrificio. Él describe que si por las obras de la ley el hombre alcanza la justicia, la muerte de Cristo está demás. En otras palabras, la ley no necesita ese elemento que llamamos «gracia», la cual es Cristo, sino obras; porque la fórmula de la justicia que era por la ley decía: «El hombre que haga estas cosas vivirá por ellas». Ya lo vimos. Pero el hombre jamás hubiese podido justificarse total y perennemente, sino que solamente obtenía una justicia parcial y temporaria.
Así, pues, la justicia que era por la ley, necesitaba obras; la justicia que se proclama en la plenitud de la gracia, necesita fe, y «fe, para que sea por gracia»; para que podamos proclamar juntamente con Pablo: «No desecho la gracia de Dios». La expresión, «no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia», hay que aplicarla correctamente en nuestra teología para no darle un nuevo sentido distinto del que Pablo le daba. Si la aplicamos cuando queremos decir que no necesitamos la ley porque estamos «bajo la gracia», la aplicamos mal. Porque este argumento me obliga a actuar en contra de los principios éticos de la ley. Pongamos un ejemplo muy sencillo para que podamos entender lo que trato de explicar. Para que la expresión, «no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia» no me sea aplicada a mí, tengo que hurtar, o matar, porque si no actúo así, estoy «bajo la ley», y no «bajo la gracia». Yo tengo que actuar en contra para no estar bajo la ley. Por el contrario, si yo hurto, mato o codicio caigo «bajo la ley», y no estoy «bajo la gracia». Porque hurtar, matar, codiciar son pecados que llegan a revivir por el mandamiento. Si la ley no existiera el pecado estuviera muerto. Pero como existe, el pecado se aprovecha del mandamiento, me engaña y me mata. Entonces, pues, cuando el pecado vuelve a tomar vida en mí, yo quedo bajo la ley como infractor, y como transgresor, me lleva a la muerte. Me entendió. Es ahí donde interviene la gracia de Dios y me salva de la acusación de la ley. Pero esta gracia es perentoria, y depende por pura condescendencia de Dios. El apóstol Pablo ilustró muy bien esta cuestión al tomar una analogía del matrimonio. Veámoslo.
« ¿Acaso ignoráis, hermano (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que este vive? Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido» (Ro. 7.1, 2). En el primer versículo, Pablo enseña que así como la ley tiene dominio en el hombre mientras un matrimonio existe, es decir, mientras la pareja exista, ninguno de los dos podrá disolver su matrimonio por unirse a otra pareja. Porque la ley une en «una sola carne». Así que la ley tiene dominio sobre los dos. En el segundo versículo, Pablo dice: «pero si el marido muere ella queda libre de la ley del marido», es decir, aquella ley que los unía desapareció o ya no tiene jurisdicción sobre ella por haber muerto el esposo.
En el versículo 3, Pablo pasa a decir: «Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera». Esto quiere decir que si estando en vida la pareja, alguno de los dos se une a otra, la parte ofendida, avalada en la ley, presenta la denuncia, y al hallarla culpable de adulterio, su pena es la muerte. Usted recordará la historia de aquella mujer que la sorprendieron en el acto de adulterio narrada en el Evangelio de Juan 8.1-11. Pero, por el contrario, si alguno de los dos dejara de existir, esa ley que los unía ya no tiene dominio sobre la persona. Así que si se volvía a unir, no había acusación, no había una ley que la acusara de adulterio.
En el versículo 4, Pablo entra ahora a hacer la comparación: «Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios». Aquí, el apóstol está declarando que, así como cuando alguien en el matrimonio deja de existir, y la que se queda en vida se une a otra, pero la ley no lo acusa, lo mismo pasa con el cristiano. La ilustración aquí es semejante y lógica, pero con una diferencia. En el matrimonio son dos personas físicas, aquí es una persona la que hace la de dos. Cuando un individuo accede a la invitación del evangelio y cree por fe en Jesucristo, él está aceptando abandonar su vida de pecado y unirse al cuerpo místico de Jesucristo. Así, pues, cuando esta transformación ocurre, la persona muere al pecado y a la ley. ¿Por qué una persona muere al pecado y a la ley? Esto lo podemos entender perfectamente al pasar al versículo siguiente.
«Porque mientras estábamos en la carne [no regenerados], las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestro miembros llevando fruto para muerte» (v. 5). (Énfasis agregado). Aquí podemos notar que mientras una persona no ha sido regenerada, la ley tiene potestad sobre un individuo, lo acusa de mil maneras porque el pecado se aprovecha del mandamiento, es decir, se hace evidente, «porque sin la ley el pecado está muerto» (Ro. 7.8b). Es por eso que el hombre tiene que morir al pecado para luego también morir a la ley. Tal como Pablo lo ilustra nítidamente en su analogía. Así como cuando una de las partes del matrimonio deja de existir y el que se queda con vida se une a otra persona, la ley no lo acusa porque su pareja ya ha fallecido. Así también sucede con el cristiano. Al morir al pecado, también se muere a la ley. Luego al resucitar, espiritualmente, la ley ya no tiene domino sobre el cristiano porque el cuerpo de pecado ha sido destruido; ya somos nuevas criatura. Mientras vivamos todavía en la carne, es decir, mientras no estemos regenerados, la ley tendrá dominio sobre nosotros. En el versículo 6, Pablo deja esto más claro.
«Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra». Aquí Pablo no se está poniendo en contra de la ley, como muchos podrían pensar. Al decir: «Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella», no está insinuando que los cristianos pueden vivir como quieran. Sino que él está aclarando que al haber muerto al pecado quedamos libres de la ley que nos acusaba, cuando antes todavía no éramos regenerados. Pongamos un ejemplo para entender esto.
Pablo ilustra, como hemos venido viendo, el matrimonio con el cristiano. Sigamos con el mismo argumento para analizar el versículo 6. El apóstol dice que si el marido de aquella muriere «ella queda libre de la ley del marido». Perfecto. De manera que si se unía a otro no corría el riesgo de quebrantar ninguna ley. Muy bien. Pero al volverse ella a unir con un nuevo esposo, lógicamente, la misma ley, de la que antes ella era libre, ella misma la seguía normando en su nuevo estado matrimonial, es decir, no porque su antiguo esposo había muerto ella podía acostarse con el que se le diera la gana ya en su nuevo matrimonio. Por supuesto que no. Aquella ley que la mantenía unida a su antiguo esposo, y aquella ley con la cual podía ser acusada si cometía adulterio, ahora viene a ser para ella como instrucción ética en su nuevo matrimonio. Si ella se vuelve a unir con un tercero, estando todavía vivo el segundo, por supuesto que la ley la vuelve a condenar si incurriera en transgresión. Pero si ella se mantiene fiel, sujeta a su nuevo marido la ley sólo será para ella como instructiva o como norma de ética. Lo mismo quiere decir el apóstol al declarar que «ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos». Es decir, que ahora, como cristianos regenerados, la ley ya no nos puede acusar porque somos inocentes por la justicia de Cristo en nosotros. Por eso Pablo escribe en la epístola a los Colosenses que Cristo anuló «el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz» (Co. 2.14). ¿Significa que al quedar «libre de la ley», ahora como cristiano regenerados, podemos desobedecerla? Por supuesto que no. Para el creyente, ahora, la ley pasa a ser instructiva como un manual de ética. Al volver a pecar, la misma ley que es ética nos vuelve a acusar y volvemos a quedar bajo su dominio. Porque el pecado vuelve a tener vida por medio de ella. Pablo deja muy claro esto al decir que «el poder del pecado» es «la ley». (1 Co. 15.56b). En otras palabras el pecado se muestra pecado, y de esta manera llega a ser pecaminoso (Ro. 7.13).
Volvamos nuevamente al pasaje de Romanos 7.6 y veamos la siguiente clausula. «... de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra». Acá, Pablo hace un contraste entre Espíritu y ley. No debemos de pensar que Pablo se coloca como un enemigo de la ley, sino que aclara la diferencia que existe en ambas esferas. En ninguna manera se está refiriendo a que la ley queda abrogada, únicamente hace un contraste metafórico. Servir «bajo el régimen nuevo del espíritu» significa servirle con un nuevo estado mental que el Espíritu produce en el creyente, es decir, dejarnos guiar o vivir bajo los parámetros del Espíritu Santo, caracterizado por un deseo y una capacidad renovados para guardar la ley de Dios. Por eso él dice más adelante: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu, estos son hijos de Dios» (Ro. 8.14).
En contraposición al Espíritu, Pablo dice: «...y no bajo el régimen viejo de la letra». Pablo utiliza esta expresión, metafóricamente, para referirse a la antigua naturaleza del hombre, es decir, a la «carne», no a la ley en sí, como muchos comentaristas opinan. Pablo no está tratando de decir que la ley queda abrogada, sino que lo viejo de la letra significa servirle bajo un estándar puramente mecánico, sin ninguna novedad de vida. En otras palabras serían, dejarnos regir puramente por la letra de la ley y no con un corazón regenerado y espiritual. Sin esta regeneración que hace el Espíritu, el hombre sigue estando sujeto a una ley que lo condena. Por eso es necesario morir al pecado, para luego morir a la ley, para que seamos de otro, es decir, del Cristo resucitado. Pablo, pues, coloca en su analogía a Cristo como el segundo esposo resucitado. El primer esposo era el mismo Cristo, pero en la carne. Pablo maneja bien esta relación para ilustrar el contraste que había entre la vida antigua y la nueva. Pablo al poner a Cristo como los dos esposos pone de relieve el contraste entre ley y Espíritu, debido a que Cristo en la carne condenó el pecado, «para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros» (Ro. 8.3, 4). Note una vez más que la ley tenía su propia justicia y decía que «el hombre que haga estas cosas vivirá por ellas». Pero esta justicia era imposible de alcanzarse debido a que «era débil por la carne». No era la ley en sí la que no podía darnos esa justicia, sino que era la carne la que la hacía débil, porque en vez de darnos vida, nos mostraba lo serio del pecado y nos mataba. Por eso Pablo se pregunta: « ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera» (Ro. 7.13). En otras palabras, la ley no fue la causa de matar a Pablo, sino que el pecado fue el veneno mortífero que lo llevó a la muerte (v. 10). Pero Cristo, al morir, cumplió los requerimientos que la rigurosa ley exigía para una plena justicia. El hombre nunca los hubiera podido cumplir, pero Cristo lo hizo por nosotros, «para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros». Por eso el apóstol dice: «porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree» (Ro. 10.4).
Esta es, pues, la tarea que Cristo realiza al tomar un cuerpo semejante al de nosotros, pero sin pecado. De manera que Cristo, al morir, murió al pecado una «vez por todas» (Ro. 6.9, 10). Por eso Pablo, en su metáfora, coloca a Cristo como el primer esposo que ha muerto. De manera que el creyente a «muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo», es decir, el Cristo de la carne, para luego ser de otro, del Cristo resucitado. Por esa razón la expresión «y no bajo el régimen viejo de la letra» no se refiere a que la ley haya quedado abrogada, sino que se refiere a lo puramente externo, a lo sensual, contra puesto a lo espiritual. Por eso Pablo dice que «el ocuparse de la carne es muerte»; porque una persona no regenerada por el Espíritu, la ley lo condena hasta la muerte. «Pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden» (Ro. 8.6, 7). Aquí Pablo destaca la conducta puramente sensual. Él pone el énfasis de que la carne no se sujeta a la ley de Dios, y aunque lo quisiera, no lo puede. Porque las obras que hace de la ley no son verdaderamente cumplimiento de las leyes de Dios, porque la carne lo hace con motivos egoístas y proviene de un corazón que está en rebelión contra Dios.
El ejemplo más claro del porqué ya no vivimos «bajo la ley», lo encontramos en el capítulo 6 versículo 14 de Romanos. Observe que aquí Pablo utiliza las dos expresiones, no para referirse a la economía (sistema) mosaica, sino para dar por sentado la naturaleza caída del hombre, y esto hay que saberlo distinguir del otro término. A lo dicho, Pablo escribe así: «Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia». Estos términos hay que aplicarlas correctamente y no utilizarlo como escudo para no obedecer la ley de Dios. Cuando Pablo utiliza estas expresiones, se refiere a que el hombre o el cristiano, ya ha sido justificado. El pecado ha sido condenado, ya no puede tener dominio sobre él. Por el contrario, si pecamos volvemos a quedar «bajo la ley». Y no como mucho creen que el estar «bajo la ley» es estar practicando u obedeciendo las leyes divinas. Pablo no está diciendo que no hay ley que nos gobierne. La ley de Dios siempre la hay y rige a todos. Si no hubiera ley, no podría haber pecado. Hay pecado (en abundancia); se sigue pues que hay ley. Pero el cristiano no está bajo ley en el sentido de no estar bajo la condenación de ley. Se escapó de esa condenación por medio de la gracia salvadora de Dios. La ley condena, pero la gracia perdona. Él no está bajo esa condenación (8:1), y en ese sentido no está bajo ley
En síntesis podemos decir que existen dos formas de estar bajo la ley:
2. Cuando practicamos el pecado.
[1] La Biblia, Serafín de Ausejo 1975
[2] La Biblia de las Américas [1997].
[3] La Biblia de las Américas [1997].